En un mundo en constante crecimiento poblacional y con una brecha del 50% entre la producción de alimentos actuales y las necesidades proyectadas para 2050, la seguridad alimentaria se convierte en un desafío apremiante. Expertos en nutrición y recursos naturales, como Janet Ranganathan del Instituto de Recursos Mundiales (WRI), están alertando sobre la necesidad de crear plantas resistentes al clima para garantizar la alimentación de una población mundial cada vez mayor.
Ante esta urgente situación, una de las soluciones que se vislumbra es el uso de la inteligencia artificial (IA) en combinación con la edición genética, utilizando las «tijeras genéticas» CRISPR-CAS9 para desarrollar supercultivos capaces de resistir las adversidades climáticas y ofrecer un rendimiento superior con menos recursos.
Un ejemplo destacado de esta tecnología en acción es el arroz. Los científicos están experimentando con la modificación genética de variedades como el IR64, presente en Asia y algunas partes de África. Estas ediciones genéticas han permitido que los arrozales sean más resistentes a la sequía extrema, necesitando hasta un 40% menos de agua en comparación con las plantas madre. Este es solo el principio de una revolución en la agricultura que busca abordar la creciente demanda de alimentos y reducir su impacto ambiental.
Es importante mencionar que la edición genética realizada con CRISPR-CAS9 difiere de la ingeniería genética tradicional. En lugar de introducir genes de otras especies, se basa en procesos naturales y permite cambios más precisos y controlados en el código genético. Aunque representa una esperanza en la búsqueda de soluciones para la alimentación mundial, también conlleva incertidumbres. Se han señalado casos de cambios genéticos no deseados o la eliminación de más información genética de la planeada.
Aquí es donde entra en juego la inteligencia artificial. Start-ups como Phytoform están utilizando algoritmos de IA para analizar el ADN y encontrar oportunidades de optimizar los genes. La IA es capaz de detectar repeticiones en el ADN y sugerir cambios que podrían afectar positivamente los resultados, lo que agiliza significativamente el proceso de mejora genética.
Phytoform, por ejemplo, está trabajando en la creación de una patata que no se ponga marrón al magullarse y en altramuces ricos en proteínas y nutrientes, que podrían ser una alternativa para producir carne vegetal de origen sostenible.
La investigación en el campo de la edición genética de plantas está acelerándose en todo el mundo, con un aumento significativo en las patentes presentadas. Tanto Estados Unidos como China, junto con empresas multinacionales, están invirtiendo considerablemente en esta tecnología. Se proyecta que para fines de esta década, se establezca un mercado multimillonario en torno a estas innovaciones.
Sin embargo, este avance no está exento de cuestionamientos éticos y legales. Mientras en la Unión Europea los cultivos genéticamente modificados están etiquetados como tales, en Estados Unidos, China y muchos países latinoamericanos no existe una regulación específica.
En resumen, el futuro de la alimentación mundial se encuentra estrechamente vinculado a la combinación de la inteligencia artificial y la edición genética. Si bien ofrece la promesa de revolucionar la agricultura y resolver problemas apremiantes de seguridad alimentaria, también plantea desafíos en términos de responsabilidad y garantías. Es fundamental encontrar un equilibrio que permita aprovechar al máximo el potencial de esta tecnología, garantizando al mismo tiempo su uso ético y seguro para el bienestar de la humanidad y el medio ambiente.
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